viernes, 6 de septiembre de 2013

Recordando a ÁNGEL LUIS BIENVENIDA

Ángel Luis Bienvenida
Le decían Lurdy el Inglés y uno no sabía bien el porqué. Cierto es que su pelo rubio y sus maneras de getlenman casaban con el calificativo, pero lo oías hablar y enseguida advertías un finísimo acento sevillano que no le abandonó jamás a pesar de que solo los quince primeros años de su vida, transcurrieron en la capital hispalense, donde vio la primera luz el día 2 de Agosto del año 1.924 en la calle Quintana número 3, muy cerca de la Alameda de Hércules de José y de Chicuelo, muy cerca también de la calle Feria, donde vino al mundo nada menos que Juan Belmonte y, precisamente, en la misma pila bautismal que éste, en la Iglesia Omnium Santorum, fue bautizado Ángel Luis en el mes de Octubre del mismo año de su nacimiento.

Creció viendo triunfar a sus hermanos Manolo y Pepe e igualmente que todos los Bienvenidas, que en el mundo han sido, se enfrentó con un becerro cuando aún llevaba pantalón corto. No podía ser otra cosa que torero, en una familia que ha dado diez hombres, diez, a la Fiesta.

Toreando de salón a los 11 años
Cuando empieza a torear en serio, con traje de luces, a los quince años, (primeros años de la, posguerra) aires cordobeses están inundando el toreo y Ángel Luis capta ese aire, ese estoicismo, ese modo de estar ante los toros (quietud máxima, largo mando en el brazo), y lo pasa por Sevilla, es decir, le da un toque sevillano al toreo de Manolete, que es su héroe particular, el que practica un toreo que él también siente. Lo dice en versos el Pastor Poeta:

Letra de cante grande. Manzanilla
Servido en lo más fino del cañero
Con aroma especial a gran torero
Y el paladar a Córdoba y Sevilla.

Y lo corrobora “Giraldillo”, crítico a la sazón del ABC, cuando escribe “Todo lo excelso de Manolete ha sido asimilado, por el rubio Bienvenida y vertido en alfabeto sevillano. Ha cogido los mejores mimbres de la ribera cordobesa del Guadalquivir y ha hecho un cesto y en el cesto ha puesto la flor de oro de los Bienvenidas”.

¿Por qué no llegó Ángel Luis a donde se merecía llegar en el toreo?. La cima era su sitio, como cabía presagiar en aquellas novilladas de Barcelona en los años 1.942 y 1.943, en las que, por vez primera, alzó la vista a los tendidos llevando al novillo muy embarcado, para, mientras le pasaba por debajo de la barriga, contemplar el entusiasmo del público.

Alternativa expectante en Madrid, con los hermanos Pepe y Antonio como padrino y testigo. Acontecimiento grande. Algunos éxitos, pero sin llegar a las apoteosis de los tiempos novilleriles. ¿Qué ocurrió?.

Con exquisita amabilidad contestó a esta pregunta mía. Me dio a entender que no lo llevaron de la forma adecuada. Quizás el Papa Negro estaba muy centrado en las carreras de Pepe y Antonio y no le prestó la suficiente atención a un torero que necesitaba un toro más colaborador, no un toro para la pelea y la lucha.
Antonio, Pepe y Ángel Luis

Admitió su Destino sin amargura y asumió con orgullo su papel de baluarte, de ejemplo vivo de una Dinastía gloriosa. Dinastía que se inicia en 1.863, con el viejo Manuel Megías Luján, el primer Bienvenida, que tras una etapa de novillero, fue peón de lujo en las cuadrillas de Bocanegra, Frascuelo y Mazzantini. Una dinastía que ha permanecido en los carteles hasta el año 1.986, en que Miguel, hijo de Ángel Luis decide, toreando en Valencia, poner fin a su sueño torero.

Ángel Luis ha mantenido siempre encendida la llama de los Bienvenida. El Círculo de Amigos de la Casa Bienvenida es un ejemplo. En ellos confiamos para que siempre, siempre, se mantenga pujante el recuerdo de la más gloriosa dinastía que tuvo la tauromaquia.

P.D. Ángel Luis, que nos dejó este invierno (3 de Febrero), fue un buen amigo del Club Taurino de Murcia. Las veces que nos honró con su presencia evidenció lo que ya sabíamos, que olía a señor y a torero. Un halo de elegancia, de finura espiritual, nimbaba su figura. Y así lo recordaremos, que sabido es que siempre se dijo en el mundo del toro, que donde estaba un Bienvenida había UN SEÑOR y UN TORERO.
Dr. Andrés Salas Moreno

Junio 2007

jueves, 5 de septiembre de 2013

EL TOREO: Majeza y Romanticismo

I R R E P E T I B L E S...
Escribo estas líneas, aún reciente el éxito artístico y económico del XIV Festival a beneficio de la Lucha contra el Cáncer. Y pienso en el entusiasmo que los toreros ponen en su actuación, en su interés de que todo el mundo salga contento de la Plaza. Recuerdo también que tantas y tantas ocasiones en que han acudido solícitos, con su arte, con su jugarse la vida, a remediar o paliar desgracias. Al fin y al cabo son hombres acostumbrados a practicar la caridad en grado sumo.

No olvidemos que el quite, tan frecuente en el espectáculo taurino, es la máxima expresión del mandato Divino que dice: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. En el quite uno llega a exponer su vida por salvar la del compañero, es decir, se ama al prójimo más que a sí mismo. Hombres llenos de majeza y romanticismo, que ambas cosas fueron siempre inherentes a los hombres que visten de luces.

Memoria: “préstame un recuerdo de tu archivo (como decía el maestro Corrochano) y tráeme un ejemplo de majeza y amor propio”.

JAIME OSTOS
Corría el mes de Mayo del año 1956. Uno era entonces estudiante en la Facultad de Medicina de la Universidad de Valencia. En el coso de la calle Játiva actuaban aquella tarde tres novilleros punteros: Jaime Ostos, Rafael Girón y Curro Jirón, con novillos salmantinos de Montalvo. Festejo de lujo. Jaime Ostos, de Écija, de familia adinerada, había irrumpido en el toreo con una fuerza irresistible. “A lo Sánchez Mejías”, me diría una vez su peón José Blanco. Gallardo, con valor natural, se iba detrás de la espada como un rayo.

Rafael y Curro Girón eran  hermanos de César, el “Cóndor de los Andes”, como le decía un cronista de la época. Tenían la escuela de éste, por lo que eran completísimos en los tres tercios. Dos gallos de pelea.

La novillada transcurría por caminos triunfales. En el último novillo, los hermanos venezolanos, banderilleros fáciles y espectaculares, pusieron en un compromiso a Ostos al ofrecerle los palos. A él, que no los había cogido en su vida. Vaciló un instante, pero enseguida le brotó la casta y, cogiendo el par con rabia, se fue derecho al Montalvo para clavarle un par expuestísimo jugándose el pellejo de un modo espeluznante.
CURRO GIRON

Al mediodía siguiente, al salir de clase, me encontré en la puerta de Casa Balanza, en la Plaza del caudillo, a Ostos con su cuadrilla, que eran el citado Blanco, el Vito y José Ortega “Gallito”, último vástago de la gloriosa dinastía de los Gallos, hijo del Cuco y hermano del que fue matador Rafael Ortega “Gallito” y de la genial rapsoda Gabriela Ortega y sobrino de Rafael el gallo y Joselito. Casi nada. Me acerqué a darle la enhorabuena a Jaime a la par que le decía: “¿Porqué no le distes los palos al Vito para que hubieran visto los girones lo que era bueno?”.

Y me respondió con coraje:”Para que vieran esos que yo no me achico, aunque lo que pretendían era que hiciese el ridículo”.

Y mientras íbamos, calle Ribera adelante, a “Calzados Alegre”, la zapatería propiedad del empresario de la Plaza, D. José Alegre, en busca de mi compadre Luis, me iba señalando, como prueba de que él no se asustaba por nada la cicatriz que, días antes, le había hecho una vaquilla en el cuello y la cornada, aún fresca, de la pierna y la otra del muslo… Jaime Ostos, a lo largo de su carrera recibió la Extremaunción tres veces.

Y ya que hemos nombrado antes a Sánchez Mejías contemos algo de él. Un personaje de novela, de leyenda. Y si para muestra basta un botón, aquí está.

Ignacio Sánchez Mejías
En el año 1.925 discute muy agriamente con el empresario de la Maestranza, Sr. Salguero, su participación en la feria. No llegan a un acuerdo. El empresario, muy enfadado, le dice: “Mientras yo sea empresario no pisará usted el ruedo de ésta Plaza”. Ignacio le responde: “Lo voy a pisar y lo va a ver usted”.

En una de las corridas de feria que, por cierto, está presenciando Su Majestad Alfonso XIII, en el toro de Martín Agüero, al tocar a banderillas, sale del burladero de los médicos un hombre elegantemente vestido, tocado con sombrero de ala ancha. Por los tendidos corre un run run lleno de asombro: “Es Sánchez Mejías”. En efecto, Sánchez Mejías que coge un par de rehiletes y le pide permiso a la presidencia, que ya va a dar orden de que lo detengan, pero a los aplausos del público se unen los del Rey con lo que el permiso ya está dado. ¿Qué tenía que hacer Ignacio en esta ocasión y ante un público que no sabe muy bien qué es lo que está pasando allí?. Pues tenía que hacer algo excepcional. Y lo excepcional fueron cuatro pares de banderillas monumentales en que cada uno era mejor que el anterior, hasta llegar al último par, el cuarto, que dicen que fue una exposición tremenda al estar el toro muy cerrado en tablas y pasar él, casi sin sitio, entre el toro y la barrera.

Con el público puesto en pié, que aún no sabía bien que es lo que había pasado, Ignacio dio las gracias a Agüero, se inclinó respetuosamente ante Su Majestad y le dijo al empresario con voz fuerte, para que se oyera: “¿Ve usted como sí he pisado la Maestranza?”. Y se volvió al burladero de los médicos, como si tal cosa, como si no hubiera pasado nada.
Ignacio S.Mejías y la generación del 27

Ignacio, hombre singular. No se conformó con ser el impulsor, el mecenas de la generación del 27, sino que escribió dos obras de teatro que le estrenaron Fernando Díaz de Mendoza y María Guerrero y, además, se acercó hasta la prestigiosísima Universidad de Columbia, en Nueva York, a hablarles a los yanquis de la Fiesta de los Toros.

En 1.934, cuando ya tiene 43 años y está siete retirado de los toros dice de reaparecer. Familia y amigos se lo quieren quitar de la cabeza. “No se muere en la Plaza, dice, donde uno se muere es en la cama. Mi cuñado Joselito está más vivo que Juan Belmonte y que yo”.
Empieza el 14 de julio en Cádiz y un  mes justo tarda en llegar al cementerio de San Fernando, en Sevilla, a ese panteón que esculpiera Mariano Benlliure. El 11 de Agosto torea en Manzanares con Armillita y Alfredo Corrochano. El toro “Granadino”, de Ayala, que aprieta mucho hacia los adentros (cosa que Ignacio no toma en cuenta por exceso de confianza), le da una cornada en el inicio de la faena, en el pase sentado en el estribo con el que él solía empezar.

Tiempos en los que no existían los antibióticos. Se presenta la gangrena y el día 13 expira y el 14 ya está allí, en el mausoleo familiar, porque no se muere en la plaza, donde uno se muere es en la cama.

Con razón escribiría Federico García Lorca aquello de:

Tardará en nacer,
si es que nace,
un andaluz tan claro,
tan rico de aventura.

D. Álvaro Domecq
Romántico Álvaro Domecq. Corrían los años cuarenta. En Jerez mucha penuria, mucha infancia desvalida. Un sacerdote recoge a los niños, los alimenta, Dios sabe a costa de llamar a tantas puertas, de rogar aquí y allá. Acierta al hablar con D. Álvaro y este le dice que adelante, sin miedo. Y empiezan a construir el Oratorio Festivo Domingo Sarrio, un internado donde los chavales estudian, aprenden un oficio, se hacen hombre. ¿Y cómo se va a mantener esto?. Álvaro Domecq se lanza a los ruedos. Va a hacer, cara al público y ganando dinero (dinero íntegro para sus niños pobres) lo que ha hecho toda la vida en la ganadería familiar, en los campos de Jandilla. Burlar a un toro desde lo alto de un caballo. E irrumpe en plazas trayendo todo el aroma y el señorío del campo andaluz. Suaviza el rejoneo duro, seco, que nos dejó Cañero y lo suaviza con el temple y la delicadeza que aprendió de Joao Nuncio, el mejor rejoneador portugués de todos los tiempos. Y asombra al público con la gracia y la doma de unos caballos toreros, excepcionales. “Presumido” tenía muy bien puesto el nombre, pues se miraba en la arena como si ésta fuese un espejo. “Escándalo”, naturalmente, era un caballo muy alborotador. Pero la estrella de la cuadra era “Espléndida”, una yegua llena de gracia, de torería. Su nombre sonaba en el mundo del toro como si fuese una figura del toreo. Así fue de popular aquella jaca y así, corrida a corrida, se fue haciendo aquel Oratorio Festivo que dio estudios y oficios a tantos niños desvalidos de Jerez.

D. Álvaro montando a Espléndida
En la finca Los Alburejos, donde pastan los toros de Torrestrella que eran de D. Álvaro hay un patio que se llama “Patio de la Espléndida” y en medio un monumento bajo el cual está enterrado el noble bruto. Espléndida murió a los 27 años, en 1.965. Hasta su muerte vivió como una reina rodeada del cariño de todos. Hijos y nietos de D. Álvaro aprendieron a montar sobre ella. Contaba que la muerte del animal le cogió en Cádiz. Su mujer le telefoneó: “No ha muerto sola. He estado con ella hasta el final y para mí ha sido su última mirada”.
Álvaro corrió a Jerez. Cuando, en la cuadra, se acercaba a darle el último beso a su yegua querida, se echó a llorar al ver que el pañuelo que cerraba su boca llevaba sus iniciales. A.D. “Mi mujer, decía, tuvo ese detalle con Espléndida y conmigo”.

Antonio Ordóñez
Majeza y romanticismo en Antonio Ordóñez. Agosto de 1.958. La Emperatriz Soraya ha sido repudiada por el Sha de Persia al no poder ser madre. Queda con el título de Princesa, pero separada ya de la Casa Real Persa. Pasea su belleza y su tristeza por Europa y acierta a venir a San Sebastián en su Semana Grande. Va a los toros. Antonio Ordóñez le brinda uno de Carlos Núñez. Un toro con genio. Antonio lo domina con el prodigio de su arte, con su desprecio al peligro, con su cintura llena de gracia, las zapatillas bien asentadas en el ruedo. El Núñez se entrega. La Plaza es un clamor. Antonio se confía en ese adorno tan suyo, muleta plegada y dándole la espalda al astado. Y en esto el genio del toro despierta y le da un derrote seco. Una cornada sin tirarlo al suelo. Los peones intentan llevárselo, pero él se opone y no deja que se acerquen. La Princesa rompe a llorar, Antonio cuadra al toro y lo tumba de una soberbia estocada que hace innecesaria la puntilla. Todavía no se deja coger por las asistencias. Arrastrando la pierna llega bajo el palco de Soraya a inclinarse respetuosamente, recoge las dos orejas y rabo que ha pedido la Plaza unánimemente y solo entonces se deja llevar a la enfermería, mientras, con la sonrisa y gestos de la mano, mira a la Princesa, tranquilizándola, quitándole importancia. ¿Y esa sangre que le llega hasta la zapatilla?. Eso son –diría Díaz-Cañabate en su crónica- claveles rojos para una Princesa Oriental.

Majeza, marchosería de estos hombres que, como bien dijo Benítez Carrasco, burlan y piropean a la orilla de una cornada mortal.
Andrés Salas Moreno

Marzo 2008 

miércoles, 4 de septiembre de 2013

MI SUEÑO SE FUE CON ÉL

Clase, mimo, caricia, temple, estilo, ARTE, ARTE y ARTE


Un murciano en la Maestranza

De modo inesperado y con el corte de su coleta se marcharon mis sueños toreros. De caña y oro, por la Puerta del Príncipe, a hombro de sus discípulos, se despidió, en una Feria de Abril, el último de los toreros de toreros… y buena parte de mis recuerdos también se fue con él.

Lo estoy viendo torear desde mi infancia, cuando lo llevaba mi tío Luis que lo puso en figura ¡Vaya Taurino!. Y con él, enganchado a su torería, he pasado mi vida soñando.
El hijo, también figura del toreo,
le corta la coleta al Maestro

Por él quise conocer qué se siente cuando se torea tan despacio y qué misterio era ese de su temple que les daba fuerzas a los toros que no la tenían y se las quitaba a los que le sobraban. Comprendí con él que cada toro tiene su distancia y que los toreros que no la sepan encontrar, nunca serán buenos toreros; nadie como él para las distancias y nadie para darles sitio, que en el toreo no son sinónimos como tampoco lo son lento y despacio.

Para mi padre forma parte de su santísima trinidad junto a Manolete y Antonio Ordóñez. Para mí, que alcanzo a tener uso de razón taurina en los años setenta, fue el único. Viéndolo, por última vez en un ruedo me cubrió la soledad ¿Y ahora qué? ¿Dónde veré esa mano izquierda y ese medio pecho al toro con tanto empaque? ¿Dónde veré echarle la muleta adelante a los toros, y con el vuelo del faldón que sirve de toque de atención, obligarlos a humillar, cosidos a ella? ¿Dónde veré tirar de los toros, tan templado, y romperlos atrás en un muletazo eterno?... y sitio, y otro… y otro. Ligar en el toreo más natural, como si fuera tan fácil lo que es tan difícil. ¿Dónde gozaré ya de ese toreo tan profundo que va sacándote el alma en cada muletazo? ¿Quién se desmayará como él lo hacía, con la derecha y el compás cerrado? ¿Quién me coserá, también a mí a su muleta, como él me cosió? Si se torea como se es ¿Quién de los ángeles eres tú maestro?.

Los toreros lo sacaron a hombros por la Puerta del
Príncipe ¡Porque se lo merecía!
Lo que hubiera dado por haberle hecho un toro. Por embestirle para ver qué se siente bajo el mando de su muleta; para descubrirle el secreto de sus toques, de ese toque imperceptible que le permitía el monumental cambio de mano o el pase de pecho a la hombrera contraria con  el que mi padre, tan suyo, se llevaba las manos a la cabeza, y para que me enseñara sus chicuelinas. ¡Cómo se hacía el silencio en La Maestranza! Ese silencio que duele a los oídos. El capote adelante y la mano de salida abajo, muy abajo, que obligaba a descolgar al toro hasta arrastrar el morro por el suelo… y a Pepín Tristán a estallar el pasodoble, sin ¡ay!, sin miedo, sin sangre. Arte, puro arte.

Por la Puerta del Príncipe en una Feria de Abril se marchó José Mari Manzanares, mi torero. Lo sacaron por allí los toreros, sus discípulos que saltándose el reglamento la abrieron para él. El que hacía tan fácil lo más difícil, el torero de la mente tan privilegiada para los toros.

Manuel Manzanares, rejoneador
Le vi de novillero, le ví la alternativa y la confirmación y Dios quiso que la despedida y me pregunté si acaso no era yo el único en la plaza. Confundido entre el río de silencio de los aficionados que habíamos presenciado su despedida y que discurría por los pasillos de la plaza, me fue pasando la sensación de abandono y soledad. Mi torero no me dejaba huérfano. Le cortó la coleta su hijo José María que tiene el mismo concepto sublime del toreo que tiene su padre, y que éste heredó de Pepe Manzanares, su abuelo… y comprendí que yo seguiría cosido a la muleta de un Manzanares.

Gracias Maestro por haberme hecho feliz tantas tardes durante más de treinta años.

P.D.: José Mari Manzanares tiene otro hijo que es rejoneador. No me gusta el rejoneo, pero es un Manzanares… y amigo mío, estos son capaces de llevarme prendido también a una grupa.
Ernesto Salas Herrero

Enero 2009

EL TEMPLO DEL TOREO

“Un murciano en la Maestranza
Ernesto Salas, niño, con Antonio Garisa en los toros
No se equivoquen, a la Maestranza no se llega por el paseo de Colón ni se accede a ella por la calle Adriano… por la puerta del 11 “pegaíto” al Albú ¿verdad Manuel?. A la Maestranza se llega desde la infancia, no tampoco desde antes. Desde la afición de los abuelos que como el mío era del Gallo, o de José y de Juan y que eligieron para sus hijos, nuestros padres, iniciarlos en la más dramática y compleja de las artes. A la Maestranza se llega cuando nuestros padres deciden que ésta afición les ha llenado tanto que deben disfrutarla con sus hijos.
El Viti
A la Mestranza no se llega cuando compras una entrada en las taquillas de la plaza o a los reventas si estamos en farolillos. Para llegar al Templo del Toreo, debes saber que la Maestranza es el Templo del Toreo. A esto no se llega en un rato. Mi camino a la Maestranza me lo fue marcando mi padre, que con dos años permitió que la luz del ruedo me inundara. Desde entonces supe que Corrochano ha sido el mejor crítico taurino y “Qué es torear” el mejor libro que se ha escrito sobre la tauromaquia de un torero.
Manolete y Cantimplas
Supe que como Manolete nadie y que Ordóñez fue tan grande que todavía hoy lo añora el toreo. Me enseñó que el toreo se llama Juan Belmonte (Don Juan Belmonte según Dionisio Peñafiel) y que el más genial de todos, “El Gallo”. Que para toreros con casta Ostos y Puerta… ¡y esa mano izquierda del Viti!, que matando, Rafael Ortega y que el torero más importante de Camas es Paco Camino.
Cuando me levantaba un par del Ecijano o de Corbelle me sentaba con: “…tú no has visto al Vito” (ya ves Julio, te conozco desde niño y desde entonces te admiro). Supe quien era Blanquet y Magritas y Cantimplas y David, que a los toros se les enseña a embestir cuando los toreas a una mano con el capote, que ellos soltaban y que hoy no sabe hacerlo nadie.
Blanquet
Para ir a la Maestranza tienes que saber quién es Almensilla, y Andresito Luque Gago y Alfonso Ordóñez y El Tito de San Bernardo y pararte a ver cómo el Vito entra en su localidad por la Puerta del Príncipe, por donde si no, como haciendo el paseíllo… pero sin el cómo y conocer las sagas de picadores cuyos antepasados fueron mayorales de ganaderías míticas: Pablo Romero, Urquijo, Guardiola… los Muñoz, los Cid, los Saavedras…
Todo esto es necesario porque la Maestranza son todos ellos. Es la historia del toreo lo que forma la Maestranza, sus pisadas han alisado el albero y su sudor y su sangre lo han regado para que aún hoy se pueda seguir toreando, pero con mayúsculas. Si no se comprende esto verás una plaza de toros que no será la Maestranza.
El Templo del Toreo se estrena cada Domingo de Resurrección, también esto lo debes saber, así como que los toreros estrenan vestido para acudir a su cita y que aunque otras plazas le puedan dar más a lo largo de la temporada, solamente aquí un torero puede sentir el Toreo. Tienes que comprender que es el único lugar donde el silencio es música, donde el hablar ciega, donde el pasodoble es el acompañamiento perfecto que premia una faena o una verónica o un par de banderillas o una vara a un toro de largo… y tienes que saber que no puede ser de otro modo. Debes de ser capaz de captarlo, comprenderlo y asimilarlo.
Rafael Ortega
Verás entonces que un ¡bien! Es mucho y que el olé tiene muchos matices y que esta plaza cruje cuando se torea lento y por abajo. Que su público está atento a cualquier momento de la lidia y que se espera, como en ninguna otra, a los toreros.
Si vas así a la Maestranza, estate atento y disfruta.
P.D.: Por cierto, no me he presentado. Me llamo Ernesto Salas, mi abuelo era D. Ernesto Salas y mi padre Andrés Salas ¿comprenden ahora?. Y yo, aunque Bioquímico Clínico, no soy matador de toros por falta de motor, pero les aseguro que nadie aún en Murcia es capaz de torear de capa como yo; ni Pepe Soler ni Andrés Sánchez Torres me dejarán por embustero.

Dr.Ernesto Salas Herrero
Sevilla, abril de 2008

martes, 3 de septiembre de 2013

MARCIAL LALANDA, el Maestro de maestros

Marcial Lalanda y el Dr. Salas
Yo no sé si se habrán dado cuenta de la cara de satisfacción que tengo en la foto que acompaña este escrito. Me justificaré. El señor con el que estoy, ochenta y seis años a cuestas, en aquel mes de septiembre de 1989, es nada más y nada menos que Marcial Lalanda del Pino. “Marcial eres el más grande”, decía la letra del pasodoble que le escribieron en los años veinte y que aún resuena en las Plazas de Toros, poniéndole música de fondo a alguna faena. Y algo, o mucho, había de eso. Y por ello y por muchas cosas más estoy así de orgulloso de estar al lado de aquel hombre al que guardo, desde niño, una gran admiración. Y lo admiraba porque mi buen padre, que me enseñó a conocer y amar la Fiesta de los Toros, me hablaba frecuentemente de este torero, todo hombría, todo conocimiento de las reses y que fue uno de sus ídolos.

Este hombre, este SEÑOR (así, con mayúsculas) había nacido en el año 1903 en Vaciamadrid. Su padre era mayoral de una ganadería que pastaba en los Montes de Toledo, pero siendo Marcial muy niño pasó a ser encargado de los corrales (lo que hoy es Florito) de la vieja Plaza de Toros de la Carretera de Aragón, predecesora de las Ventas y que estaba situada en el mismo lugar donde hoy se asienta el Palacio de los Deportes. Es de suponer que viviendo en semejante sitio no tardaría en prenderle la afición. Y así fue, pues cuentan que a los once años ya mató su primer becerrillo y que, a partir de ese momento, ya no dejó de torear. Ocurría esto en 1914 y su carrera de becerrista duró hasta 1918. Cuando al año siguiente debuta con picadores ya es un novillero de amplia experiencia y oficio, a pesar de su juventud. Y que ya está muy definida la línea que quiere seguir. Admirador de Joselito el Gallo, el de Gelves, va a ser siempre el modelo a imitar, el espejo en que se mire.
Marcial y su famoso pase
de La Mariposa

Tres temporadas en cabeza del escalafón novilleril le llevan a una alternativa de lujo el 28 de Septiembre de 1921, en la feria sevillana de San Miguel. Juan Belmonte es el padrino y Manuel Jiménez “Chicuelo” es el testigo. Un doctorado que le coge cuajadísimo como fruto de un aprendizaje magnífico.

Desde entonces, hasta su retirada en 1942, su nombre va a ser una presencia constante en todas las ferias. Es, pues, una auténtica figura. Es, en definitiva, el eslabón que une dos épocas del toreo. La que se cierre con Joselito, resumen y compendio de todo lo que ha sido el toreo hasta entonces y la que viene después. Los años en los que los caballos iban sin peto y los años en que éste aparece. En todo ese tiempo Marcial está en primera fila y su toreo, naturalmente, se va amoldando a las circunstancias. Es torero que tiene que vérselas con Juan Belmonte cuando, tras su retirada a final de 1921, reaparece cuatro años después, impregnado ya, sin renunciar a su toreo revolucionario, de la técnica que asimiló de Joselito. Es torero que tiene que pelear con un bravo Sánchez Mejías; con artistas tan sublimes como Chicuelo, como Rafael el Gallo, como el fabuloso Curro Puya, aquel Gitanillo de Triana al que Gregorio Corrochano preguntaba: “Dime Curro ¿es que se te para el corazón cuando toreas?”, con el genio de Cagancho, siempre imprevisible, tanto que el poeta José Carlos de Luna le escribió aquellos versos que dicen:

Cagancho de las marismas
Canta lo que bien te venga
Que entre el cielo y la tierra
Alguno habrá que te entienda.

Y con Antonio Márquez, capote y muleta exquisita y con Nicanor Villalta, una de las mejores espadas de la tauromaquia y con un largo etcétera hasta abocar en la década siguiente, la de los treinta, donde surge un Manolito Bienvenida deslumbrante con capote, banderillas y muleta, un Fermín Espinosa “Armillita” al que muy justamente la crítica lo bautiza como el Joselito mejicano y un Domingo Ortega que, nada más llegar, se hace el amo del cotarro. Y un Félix Rodríguez, que por culpa de una cruel enfermedad no pudo llegar al sitio que se merecía, y un Victoriano de la Serna, que cuando las musas le soplaban acababa con todo el mundo.

Los años de la Guerra Civil son difíciles para Marcial. Hombre de derechas, los milicianos lo buscaban para darle aquel paseo de tan triste memoria. El conserje de un cementerio madrileño, gran partidario suyo, es quien lo esconde en su casa pensando que a nadie se le ocurriría buscarlo en semejante lugar. A la primera ocasión huye a Francia, toreando allí y en la zona nacional, donde las corridas de toros no se interrumpen. Cuando termina, en 1939, su ganadería, que estaba en zona republicana, ha sido destrozada. No queda ni una vaca. Su patrimonio está sensiblemente mermado y ha de seguir toreando para reconstruirlo. Ya se encuentra mayor y ha de demorar su retirada y enfrentarse con una nueva generación de toreros que viene con otro estilo, con otras formas de entender el toreo.

Cabeza de esa estirpe es Manuel Rodríguez “Manolete”, que les pisa a los toros un terreno donde nadie osó ponerse hasta ahora. Muchos toreros de la década anterior se retiran ante el tremendo empuje del cordobés, que triunfa casi todas las tardes y al que la mayoría de los toros se le entregan vencidos por el aguante de este torero, con aspecto místico, serio, del que un crítico ha dicho que “parece un moje que reza por naturales”. Aparte Marcial, figuras de auténtico relieve solo queda Domingo Ortega ya que Manolo Bienvenida fallece en 1938 en San Sebastián, a los 26 años de edad, víctima de un cáncer pulmonar.

Marcial se mantiene en su puesto de primera figura y alterna frecuentemente con Manolete, a veces en reñido mano a mano, y también ha de vérselas con un Pepe Luis Vázquez, que irrumpe en el toreo de un modo deslumbrante. Así, hasta que en 1942, en Octubre y en Las Ventas dice adiós a los toros en tarde en que confirma la alternativa Juan Mari, el hijo de su gran amigo Antonio Pérez Tabernero. Es testigo del acontecimiento Pepe Luis y es tarde en que Marcial cede sus honorarios a su querido Montepío de Toreros, la institución que creara Ricardo Torres “Bombita”, para ayudar a los toreros sin suerte. Lalanda es el continuador y a él se debe el sanatorio de Toreros, luego absorbido por la Seguridad Social y que los toreros añoran tanto.
Una postura muy torera

En sus veintidós temporadas como matador actuó en 1071 corridas, estoqueando 2.271 toros.
Tuvo la desgracia de formar cartel en las tardes en que fueron heridos de muerte diestros tan importantes como Manuel Granero, Manuel Báez “Litri” y Francisco Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana”, conocido también como Curro Puya.

Lidió 119 toros del Conde de la Corte, 118 de Albaserrada (los victorinos de hoy), 98 de Murube, 76 de Concha y Sierra, 71 de Pablo Romero, 67 de Miura… En fin, todas las ganaderías principales, temidas y no temidas, pasaron por su muleta.

Y tuvo que vérselas en el ruedo 170 tardes con Domingo Ortega, 168 con Vicente Barrera, 139 con Manolo Bienvenida, 110 con Chicuelo, 38 con Juan Belmonte… Y de la última generación 41 con Manolete y 35 con Pepe Luis Vázquez, por no citar nada más que a los más representativos.

Luego, ya retirado, apoderó a gente tan importante como Conchita Cintrón, Pepe Luis Vázquez, Luis Miguel Dominguín (en sus inicios como matador de toros), Manolo Vázquez y Antonio Ordóñez.
Marcial apoderado
de Pepe Luis Vázquez

¿Comprenden ustedes porque estoy yo tan orgullosos de encontrarme a su lado aquel día de Septiembre de 1989?.

De la mano de Andrés Amorós había venido a Murcia a prestigiar los “Aperitivos Taurinos” de nuestro Club Taurino y tan a gusto quedó del trato recibido que al día siguiente nos dio la alegría de volver como simple espectador.

Recuerdo que nos contaba Andrés que, aquella mañana, cuando se dirigían al viejo local de la calle Alfaro, al pasar por el Casino, unas señoras de porte distinguido se acercaron a saludarlo efusivamente pues recordaban que su padre, gran partidario del torero, cuando eran niñas las llevaba a verlo torear. El viejo diestro se emocionó profundamente.

 El pasodoble que le escribieron en los años veinte decía bien: “Marcial, eres el más grande”.

Andrés Salas Moreno

Junio 2007

domingo, 1 de septiembre de 2013

Cuando coronaron a la Virgen de la Fuensanta

Las fiestas de abril del año 1927 no fueron unas fiestas cualquiera, pues en ellas se desarrollaron acontecimientos de los que dejan huella en los anales de la ciudad. El principal, el más importantes, la coronación de nuestra amada Patrona la Virgen de la Fuensanta, hecho que tuvo lugar en la mañana del domingo 24 de abril.
La prensa del día daba minuciosa relación de un programa que empezaba a las 8 de la mañana, en la Catedral, con una misa de comunión, oficiada por el Obispo de Oviedo. A las 9’30, en el mismo lugar, ofrecimiento de la nueva corona a la venerada imagen por el Marqués de Ordoño, alcalde del Excmo. Ayuntamiento, ofrecimiento que hacía en nombre de la religiosa ciudad de Murcia. A continuación lectura del acta notarial de la entrega de dicha corona y del decreto pontificio de la concesión de la misma y bendición solemne de tan artística y valiosa joya. Misa pontifical a tres voces mixta de Perossi, oficiada por el Cardenal Tedeschini, Nuncio de Su Santidad en España y Bendición Papal, al término de la ceremonia. A continuación, traslado procesional de la Augusta Imagen vestida con sus mejores galas y en sus andas de plata, desde el templo catedralicio hasta el estrado levantado en el centro del Puente Viejo, a unos metros de la Virgen de los Peligros. El Nuncio procedió a la coronación en presencia del Infante D. Fernando de Baviera, que representaba a la Familia Real, Prelados, Ilustrísimo Cabildo, clero parroquial y regular, autoridades civiles y militares, entidades y corporaciones y pueblo en general.
Virgen de La Fuensanta
Al dejar el Sr. Nuncio la corona sobre la cabeza de la Virgen se dispararon salvas de ordenanza, mientras sonaba la Marcha Real y se soltaron centenares de palomas y caían sobre la Imagen una lluvia de pétalos de rosa.
Al mismo tiempo, desde todos los templos, un alegre voltear de campanas anunciando a la ciudad y a la huerta tan feliz suceso. Hecho el silencio, pronunció un sermón uno de los mejores oradores sagrados que tuvo la Iglesia, el murciano D. Francisco Frutos Valiente, Obispo de Salamanca.
Y como colofón de tan emocionante acto se estrenó por la Masa Coral el Himno de la Virgen, música del maestro Olivares, director de la Banda de Infantería de Marina de Cartagena y letra del gran poeta de Alcantarilla, Pedro Jara Carrillo.
Ya sabemos que no hay acontecimiento religioso o fiestas patronales que no cuenten con unos festejos cívicos en los que, siempre, el mayor atractivo, son las corridas de toros. A tenor de estos faustos, D. Eduardo Pagés, el creador de la empresa Pagés, (la misma que hoy rige los destinos de la Maestranza sevillana) por aquel entonces empresario de Murcia, programó dos excelentes combinaciones. La primera tuvo lugar el día 17 de abril, domingo de Resurrección.
Rafael el Gallo
Me imagino el júbilo de los aficionados cuando vieran anunciados, con toros de Doña Carmen de Federico –los prestigiosos murubes- a Rafael el Gallo, el torero de más inspiración y gracia que vieron los siglos, Manuel Jiménez Chicuelo, el creador de un estilo que hemos dado en llamar escuela sevillana cuando no es, ni más ni menos, que chicuelismo puro. Y cerrando el cartel Joaquín Rodríguez Cagancho, de estirpe de cataores, que tomaba la alternativa y que venía precedido por ese halo de misterio que envuelve a los gitanos y por el runrún de unos éxitos apoteósicos y, también, de unos fracasos épicos, ingredientes más que suficientes para crear una leyenda. La que le acompañó siempre.
Cagancho
Como ocurre en toda corrida de expectación, la decepción fue de las grandes. Las musas, tan necesarias para los toreros de arte, no acudieron aquel día la plaza, por lo que los tres matadores dieron un mitin de los gordos, hasta el punto que las fuerzas de Orden Público tuvieron que protegen a los toreros hasta la estación del Carmen, donde tenían que tomar el tren correo, cosa que hicieron entre abucheos y bronca de los que, hasta allí, les habían seguido.
Menos mal que la segunda corrida tuvo un signo bien distinto. Para la tarde del domingo 14 de abril, se anunciaron ocho toros de Lamamié de Clairac, dos para el rejoneador portugués Simao da Veiga, una de las cumbres del toreo a caballo de todas las épocas, y seis en lidia ordinaria para el maestro de maestros Marcial Lalanda; la promesa más firme del momento, el Niño de la Palma, aquel que era de Ronda y se llamaba Cayetano y cerrando el cartel, Manuel del Pozo “Rayito”, un estilista muy del gusto de la época.
Marcial Lalanda
Aquí sí que hubo triunfos para todos, hasta para el ganadero, pues a punto estuvieron de indultarle el primero de la tarde, honor que pedían los aficionados, pero el Presidente no accedió a ello. Estaba escrito que dicha gloria se daría 65 años después, cuando Bienvenido, de Jandilla, hizo historia en el ruedo de la Condomina. Cerca de Murcia, en Caravaca, se dio una corrida el domingo siguiente, día uno de mayo. De nuevo se acercaba Cagancho por estos lares, llevando de compañeros de cartel a Rafael el gallo y a Victoriano Roger “Valencia”, tío del exmatador, apoderado y empresario de nuestros días.
Chicuelo
Los toros pertenecían a la ganadería portuguesa del Duque de Braganza y fueron muchos los murcianos que allí se desplazaron, ansiosos de quitarse el mal sabor de boca que, el gitano de los ojos verdes, les dejó el día de la alternativa. Quizá soñaban con la lotería de una de aquellas faenas que paría muy de vez en cuando, como aquella que le hizo escribir a Corrochano: “no preguntarme lo que hizo, que no podría decirlo. Solo sé que me acuerdo y me da un escalofrío”.
No hubo éxito, sino un escándalo monumental, pues Cagancho vio cómo sus dos enemigos volvían a los corrales vivitos y coleando, tras escuchar los correspondientes avisos.
Se hizo esta escena tan frecuente que Xaudaró, el humorista gráfico de ABC, dibujó aquel chiste que se hizo famoso. Dos ratones en un calabozo, consultaban el reloj y decían “Que raro. Las ocho y Cagancho sin venir”.

Andrés Salas Moreno

Diciembre 2002