domingo, 6 de octubre de 2013

ENTRADA de ALFONSO X en MURCIA

Alfonso X el Sabio

      Pues señor, que corría el año 1943 cuando Murcia se disponía a celebrar el séptimo centenario de la entrada de Alfonso X el Sabio en la ciudad. Y se prestaba a hacerlo con todo lujo y boato, como correspondía a tan fausta efemérides. Aquel año, las Fiestas de Primavera, dentro de las cuales iban a celebrarse tan esperados festejos, revestirían un singular esplendor en la que no podía faltar, ¡estaría bueno!, la celebración de dos corridas de toros que abrirían y cerrarían tan señalados acontecimientos, pues, como hemos dicho en repetidas ocasiones, nunca hubo fiestas de fuste, tanto cívicas como religiosas, sin que estuviese presente nuestra Fiesta Brava.
     Quien esto escribe, que por aquel entonces tenía diez años de edad, fue testigo de cuanto os voy a contar, si bien mis recuerdos, que eran confusos debido al tiempo transcurrido, hube de ponerlos en orden consultando los periódicos de la época, en la Hemeroteca Municipal.
 
Antonio Bienvenida
    La Semana Santa del año que nos ocupa cayó en la más alta fecha que puede caer, que es el 25 de abril para el Domingo de Resurrección. No hay que esforzar mucho la memoria para imaginarse que sería una semana severa, como eran entonces todas las semanas santas, en las que los cines se cerraban, las emisoras de radio se limitaban a emitir música sacra y los vehículos tenían prohibida su circulación por el centro de la ciudad. La verdad sea dicha, todo era triste y lúgubre hasta que llegaba el Sábado de Gloria y a las diez de la mañana empezaba a sonar el alegre repiqueteo de las campanas de la Catedral, seguidas de las de todas las parroquias, anunciando que el Señor había resucitado. Inmediatamente la ciudad se llenaba de músicas. La banda de la Misericordia y las de algunos pueblos, inundaban el aire de alegres marchas, de pasodobles… la fiesta había comenzado.
Pedro Barrera
     Nosotros, mi padre y yo teníamos, invariablemente, un aperitivo taurino ese día. Era el clásico día de toros en Cartagena, y casi ningún año faltamos a la torera cita. Aquel sábado hacían el paseíllo, en tan querida ciudad, Pedro barrera, Antonio Bienvenida y Morenito de Talavera, que habrían de entendérselas con seis astados portugueses de Pinto Barreiro. No fue afortunada la actuación de Barrera ni la de Bienvenida, y al salir de la plaza sólo se hablaba de los pares al quiebro de Morenito de Talavera, que fue un verdadero especialista en esta suerte.
     No mucho mejor fue la corrida del día siguiente, Domingo de Resurrección en Murcia, en la que, con toros de la Viuda de Galache, harían el paseíllo Pedro Barrera, Antonio Bienvenida y Domingo Dominguín, el singular e inolvidable Dominguito. Venía a sustituir a Manuel Álvarez “El Andaluz” y fue el único que cortó oreja, pues Bienvenida, muy reciente el cornalón de Barcelona que tanto le costó digerir, estuvo muy desconfiado y Pedro barrera cosechó una bronca épica, más que por su actuación, por las palabras que tuvo con algún sector del público. Precisamente, en esta corrida debutó como empresario el mismo que lo era de la plaza de Alicante, D. Alfonso Gixot. Las prensa del día alababa el que éste hubiese dotado a los empleados de la plaza de distintivos, así como el que se hubiese inaugurado una espléndida cantina en el interior del coso y el que se vendieran dentro, en los pasillos, unas cómodas almohadillas, muy lejos de aquellas de papel rellenas de paja, que las mujeres vendían a las puertas del coso, con aquel reclamo que decía: ¡Almohadillas, la curiosidad del pantalón!.
 
Morenito de Talavera
    Pero el trueno gordo, como denotaban los anuncios de gran tamaño, era la corrida que se iba a celebrar el domingo siguiente, 2 de mayo. Los toros del Conde de la Corte, con los que iba a tomar la alternativa Manolo Escudero, novillero del barrio de Embajadores de Madrid y uno de los mejores artífices del toreo a la verónica. Apadrinaría la ceremonia Manuel Rodríguez “Manolete”, la más alta cumbre que vio el toreo, y la testificaría el siempre polémico y apasionante Pedro Barrera. Se anunciaba también que, dada la expectación que había por presenciar el festejo, RENFE ponía a disposición de los aficionados trenes especiales desde Madrid, Albacete, Alicante, Lorca y Cartagena.
     Mientras tanto, en la semana precedente, las fiestas se sucedían. El lunes de Pascua, en la plaza de toros, tenía lugar el concurso nacional de bandas de música y el martes, en el parque de Ruiz Hidalgo, la añorada Batalla de Flores. El miércoles teníamos el Entierro de la Sardina, siempre espectacular, pero muy lejos del fastuoso espectáculo que es hoy en día.
     El sábado día uno, tuvo lugar la procesión cívico-religiosa con que la ciudad conmemoraba la entrada del rey Alfonso X el Sabio en Murcia, al mismo tiempo que le rendía homenaje a la virgen de la Arrixaca, primera patrona que tuvo esta tierra. El cortejo partió de la Iglesia de San Andrés, donde siempre ha estado la venerada imagen. El Señor Alcalde entregó al Rey de Armas, que ha de llevarlo en la procesión, el Pendón Real, rindiéndosele honores militares. Momentos después hizo su salida la carroza que portaba a la Virgen, acompañada de las banderas y estandartes de todas las asociaciones religiosas.
Virgen de La Arrixaca
Al salir la imagen, el Orfeón Fernández Caballero entonó el estribillo de las Cantigas del Rey Sabio y a continuación, se incorporó a la procesión el cortejo histórico, vistiendo todos sus componentes trajes de época. Abría la marcha un portaestandarte a caballo seguido de una banda de timbaleros, clarines y trompeteros a caballo, tras los que iban ocho heraldos, a caballo también, con sus correspondientes palafreneros. Seguidamente, secciones de ballesteros, lanceros a caballo, mesnaderos con mazas, a pie, seguidos del escudo de la ciudad y un facsímil del sello del Reya Alfonso el Sabio, al que daban escolta unos pajes. A continuación iba el rey de Armas llevando el Pendón de la Ciudad, con pajes a caballo y sus palafreneros, ocho caballeros nobles y una escolta, a pie, de lanceros y guerreros. Seguían pajes, asoldados, moros, grupo de hombres de leyes, y otro de damas y caballeros, azafatas con cestillos de flores y pajes que llevaban sobre cojines un códice, un  pergamino, un collar con diadema, un cetro y una corona, como símbolo de las ofrendas reales a la Santísima Virgen. Precedían a la carroza de la Arrixaca cuatro heraldos, tras los cuales iban dos pajes azules. A continuación el Clero con Cruz alzada.
 
Cafés del Sol y El Arenal
    En fin, ya noche cerrada, terminaba el cortejo, deslumbrante para mis diez años de curiosidad. Recuerdo que la presencié en alguno de los cafés que había en el Arenal, aquellos simpatiquísimos Café Moderno y Café del Sol, con los veladores dando vista a la Glorieta, al Puente Viejo, al Hotel Victoria… Por cierto, que en los alrededores de éste ya se mascaba el ambiente taurino, porque, a esas horas, ya estarían arribando los potentes Hispano Suiza, con su baca cargada hasta los topes de trebejos toreros, entre los que nunca faltaba el cántaro, el búcaro que mojaría las muletas en tardes de vientos y aliviaría gaznates resecos por el miedo. Las gentes se arremolinaban en la terraza del hotel, viendo cruzar a matador y cuadrilla hacia el vestíbulo, mientras el mozo de espadas y el ayuda trepaban hasta el techo del automóvil para ir bajando espuertas, fundones, hierros de los picadores… Quizá fue aquella noche cuando vi a Julián Alcaraz, casticísimo siempre en su atuendo, en el que no faltaba nunca un clavel en la solapa, pintar la cabeza de un toro en una pitillera bajo la atenta mirada de Manolete, buen amigo del ilustre pintor.
hotel Victoria
     Manolo Escudero paseaba por el hall su impaciencia y su esperanza ante el día tan soñado de la alternativa. Los que hace años que llevamos canas, añoramos aquel patio interior del hotel, aquella animación que rodeaba el festejo. En toda la ciudad se notaba que había toros, no como hoy, que no te das cuenta que hay una corrida hasta que llegas a la plaza.
     Dos de mayo. Animación en la ciudad. Los forasteros que habían llegado en los trenes especiales se desparramaban por bares y paseos. Muchos se llegarían hasta el sorteo, hasta el enchiqueramiento.
     Los toros habían llegado el miércoles anterior y, como era costumbre antes, estaban de manifiesto y era grande el número de aficionados que se acercaban a verlos. Las opiniones eran favorables. Los toros del Conde, en cuanto a trapío, no defraudaban a sus muchos partidarios. La corrida empezó en medio de la expectación  de rigor. Manolete, Pedro Barrera y Manolo Escudero tuvieron que saludar una vez roto el paseíllo. La corrida fue triunfal. Manolo Escudero lució aquellas sus verónicas de seda y una muleta bien templada. Manolete evidenció, una vez más, lo altísimo de su jerarquía y Pedro Barrera pudo sacarse la espina de la semana anterior y tuvo un éxito explosivo, de aquellos suyos llenos de temperamento. Orejas para todos, claro, y tercios de quites en todos los toros hubo ocasión para ello, pues todos tomaron cuatro puyazos y los tomaron con ese estilo característico de los toros del Conde, y hubieron caídas al descubierto y toda esa emoción de la suerte de varas que, ¡ay!, ya hemos perdido para siempre.
Pepe L. Vázquez, Domingo Ortega y Manolete
     Al día siguiente, recuerdo que aún tuve una propina taurina. En Caravaca, en sus Fiestas de la Santísima y Vera Cruz, actuaban con toros de Domingo Ortega, Pepe Bienvenida, Pedro Barrera y Morenito de Talavera. Todos cortaron orejas.
     Y ya, la vida cotidiana. Murcia era entonces una ciudad quieta, tranquila. Lejos la televisión, escasas las emisoras de radio; en aquella época solo teníamos Radio Murcia, que no funcionaba todas las horas del día. Paseos por Platería y Trapería y el Malecón, en el buen tiempo. Y cine, que tampoco eran muchos. Por ejemplo, en aquellos días en el Teatro Circo Villar “Los Tambores de Fu Manchú”, película de aventuras y terror; en el Cinema Iniesta “Al son de la Marimba”, producción mejicana y en el Central Cinema –hoy cine Rex- “Un alto en el camino”, uno de los primeros intentos serios del cine español. El salón Vidal y el Cine Popular, solo funcionaban los sábados y domingos. En el Teatro Romea triunfaba Mari Paz, en compañía de Mario Gabarrón. Mari Paz era una fenomenal bailarina y tonadillera que murió en plena juventud y a la que le cupo el honor de sacar de telonera, en el Teatro Fontalba de Madrid, nada más y nada menos que a Lola Flores, cuando esta se iniciaba en los escenarios.
     En las tertulias taurinas de la ciudad, que alguna había, se hablaría durante mucho tiempo de esta corrida que os acabo de recordar, en la que, ¡rara avis!, hubieron toros y toreros.

Andrés Salas Moreno

Marzo, 2003

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